martes, 30 de diciembre de 2014

Estas es una descripción de cuáles fueron mis impresiones personales cuando visité el hospital psiquiátrico "CAIS Cuemanco" durante el curso de mi licenciatura en psicología. También está nutrido por información recabada mediante otras fuentes. 





Recuerdo cuando estaba por empezar mi curso de psicopatología I durante mi carrera en psicología. Estaba emocionado, tenía deseos de ver temas relacionados con enfermedades mentales y quería aprender sobre ellas. Ya había leído previamente sobre muchas de éstas, y me entusiasmaba investigar cuáles eran sus características y el tipo de cuadros sintomáticos que presentaban. Era excitante. Muchos de mis compañeros debieron haber tenido un entusiasmo similar, y cuando nos dijeron que íbamos a asistir a una institución psiquiátrica nos sentimos todavía más interesados. 

Hay algo extraño en la locura. En psicología no utilizamos esa palabra porque se considera peyorativa, sin uso clínico, y preferimos utilizar etiquetas como "paciente con esquizofrenia paranoide" para proporcionar una descripción más exacta del modo en que se comporta esa persona. A pesar de esto no podemos dejar de tener presente en nuestra mente la manera tradicional de pensar sobre el tipo de individuos recluidos en los centros de salud mental (llamados manicomios por muchos). Pareciera un mundo aparte, lejano y distinto al de nosotros, el cual está lleno de preocupaciones mundanas, viajes de negocios, comidas empresariales o juegos con los hijos. Sí, las instituciones psiquiátricas no son parte de nuestras preocupaciones diarias. 

¿Y por qué habrían de serlo? Así como hay niños pobres, personas con cáncer, malheridos de guerra o inocentes recluidos injustamente en Guántanamo, también hay gente enloquecida, sin razón, atrapada en un hospital mental porque no puede vivir en sociedad. (Aunque, a diferencia de lo que ocurre en otros casos, muchas veces se siente más miedo que simpatía o conmiseración por esas almas perdidas.) 

Pero no busco hablar del abandono colectivo que sufren estas personas, el cual es muy interesante desde un punto de vista sociológico, sino de una desatención mucho más palpable, tangible y perjudicial para esos individuos. Estoy hablando de las condiciones miserables e inhumanas vividas por ellos en esos institutos, en los cuales hay una tremenda falta de higiene, escasez de personal capacitado y privación de bienes necesarios, tales como: ropa, comida o medicamentos. Es una situación verdaderamente terrible. 




Las películas estadounidenses nos tienden a mostrar imágenes más o menos pulcras de los lugares utilizados para resguardar a sus pacientes. Vemos habitaciones amplias, con ventanas, patios de recreación bien cuidados y salas de contención, llenas de colchones blancos, para aquellos sujetos que son considerados violentos o peligrosos, los llamados "dementes". Aún así esos pequeños rincones del desquicio parecen relativamente acogedores. Ahora, no sé si ése sea el caso de los hospitales psiquiátricos en Estados Unidos, pero, sin duda, no es lo que sucede en la mayor parte de los psiquiátricos Mexicanos (los públicos, claro. La gente adinerada puede comprar sus propios lujos). 

Por el contrario, lo que vi cuando llegué fueron baños totalmente destrozados (y eso que yo me metí al del personal administrativo. Sin embargo, lo tenían en tan mal estado y el olor era tan repugnante, que me salí en seguida, sin siquiera haber cumplido con mis propósitos iniciales...), instalaciones corroídas por el tiempo, pacientes desnutridos, encuerados o en el piso, sin el más mínimo cuidado o atención por parte del personal. Dejados a su suerte. Ésas eran personas que habían sido encontradas en la calle (el CAIS es una institución diseñada para enfermos mentales en estado de calle) y casi hubieran estado igual afuera que adentro. 

Cuando me fui me quedé con una impresión vacía. Había sido un viaje lleno de emociones, interesante y educativo; había podido tener contacto con seres humanos que ejemplificaban mi conocimiento teórico y tenía la sensación de haber atravesado un mundo fantástico, rarificado y diferente. Durante algún tiempo estuve vagando con una mirada perdida en mi cara, como si no pudiera volver a ver del mismo modo a otras personas. Mi concepción de la condición humana había cambiado. Pero también experimentaba cierta zozobra por aquellos  seres sintientes e inteligentes que continuaban ahí: gente dulce, pacífica (en general) y llena de una increíble necesidad por ser apreciada y cuidada, pero que vivía en las condiciones más paupérrimas y tristes que sería posible imaginar. 

Y no, no reciben lo que deberían recibir. Los tratan como bestias y saben que nadie va a decir nada porque a nadie le importa. Y aquí es cuando vuelve a resurgir esa apatía generalizada que había comentado antes, la cual parece ser mucho más peligrosa y dañina de lo que había parecido previamente.   En efecto, si nadie se preocupa, todo sigue igual. Es cuando me quedo pensando que sólo cierto tipo de injusticias salen al aire y se vuelven virales, sobre todo cuando tienen tintes políticos (el caso más reciente es el de Ayotzinapa), pero las demás siguen igual de ignoradas y ocultas. 

En fin, para los pacientes que visité esa vez, C'est la vie:




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