martes, 20 de enero de 2015

Del diálogo religioso y secular

Hace poco tuve oportunidad de asistir al instituto patrístico agustiniano de Lomas Verdes, México, en el que se celebró un seminario de filosofía y teología llamado "semana filosófico - teológica". En él participaron algunos de mis compañeros de filosofía de la UNAM, estudiantes del instituto agustiniano (de teología, filosofía, derecho canónico y otros), profesores de filosofía y padres de la iglesia. El tema que se discutió a lo largo de la semana fue el concilio vaticano II, iniciado por el papa Juan XXIII con el propósito de renovar a la iglesia católica.  

La experiencia que me llevé de estas sesiones fue muy positiva. La atmósfera fue tolerante, abierta y amigable, no hubo dogmatismos ni expresiones de pensamientos categóricos; cada participación fue aceptada con paciencia y respeto. Esto me dejó pensando en el diálogo secular y religioso, con todas sus posibilidades de desarrollo. ¿Es posible reconciliar la perspectiva religiosa (especialmente en referencia a su moralidad) y la liberalidad del secularismo? Me gustaría que así fuera, y, a pesar de mis buenas experiencias con este seminario, no creo que sea enteramente posible. 

La iglesia tiene algunos mandatos categóricos que son muy específicos. A pesar de que se ha modernizado con el tiempo, sobre todo de manera oficial, no ha consentido y difícilmente consentirá el tipo de libertad que están garantizadas en algunas sociedad occidentales extremadamente liberales. Estoy pensando en países como Suecia, Suiza y Alemania. En esos países se legaliza la droga, la prostitución, el sexo libre, la eutanasia, el aborto y muchas otras prácticas que están proscritas por las sagradas escrituras. Actividades que fueron castigadas previamente, como el acto masturbatorio, son perfectamente aceptadas y recomendadas por expertos en esos campos (sexólogos). La influencia que tenía la iglesia ha quedado en el pasado. 

La flexibilización que ha ocurrido lentamente dentro de la misma curia romana es una consecuencia histórica. El pensamiento cambia, incluso para el órgano eclesiástico, el cual debe dar algunos pasos para no quedarse completamente estancado. Eso es lo que estuvimos viendo en el seminario. Vimos cómo el concilio vaticano II aceptó que personas laicas podían ser santas, los evangelios respondían a épocas históricas, la biblia tenía estilos literarios (lo  cual se había negado anteriormente), los suicidas tenían esperanzas de llegar al cielo y la iglesia católica estaba dispuesta a dialogar con otras religiones. Y, sin embargo, aún prohíbe muchos actos que son bien vistos, o respetados, desde un punto de vista secular. 

La iglesia logra moverse a través de nuevas interpretaciones que le da a su fe. Los miembros del clero consideran que el espíritu santo nos permite continuar desenvolviendo la misión del cristianismo, y esto no significa traicionar las sagradas escrituras, sino darles un sentido renovado. Pero las interpretaciones que es posible hacer de la biblia tienen un margen de ductilidad limitado, y sería complicado aceptar que sean capaces de tener una abertura tan amplia que nos lleve a aceptar a la eutanasia o la poligamia como conductas moralmente apropiadas. 

¿Qué significa esto? Hasta el momento ambos tipos de visiones han logrado sobrevivir en equilibrio. La mayoría de las personas viven entremezcladas en un mundo con valores cristianos y valores humanistas. Aceptan la masturbación, pero ven con malos ojos la homosexualidad; apoyan el aborto, pero rechazan la eutanasia. Sin embargo, llegará un momento en que deberemos decidirnos, y el diálogo quedará anulado porque no habrá puntos en común entre una sociedad que vive religiosamente y una sociedad secular. ¿Qué pasará entonces? Es lo que yo me pregunto. 






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